16 marzo 2008

La señorita Julia de August Strindberg

Asistimos ayer al preestreno en Madrid de la última versión teatral de “La señorita Julia”, de August Strindberg, tantas veces representada en los escenarios de todo el mundo y que ha inspirado películas, ballets y óperas, y por cuyo argumento el paso del tiempo no hace mella al no perder en absoluto su vigencia.

La acción se desarrolla en la Suecia del siglo XIX, en un momento de brutales diferencias entre ricos y pobres debido a la inexistencia de una extensa clase media como la de hoy en día. La señorita Julia, una caprichosa e insatisfecha joven de la nobleza, no responde en absoluto al modelo que una mujer de su posición debería representar. Hija de un conde y de una mujer campesina, ha sido educada desde niña realizando trabajos que sólo los hombres hacían y pensando más allá de lo que una mujer debería llegar a pensar. Siente que su condición social no le va a proporcionar aquello que necesita y busca la compañía y la diversión de las clases más humildes. Atraída por Juan, un atractivo criado de su servicio, acometerá un movimiento de acoso y derribo hasta seducirlo intentando generar un cambio en su propia vida.
Juan, educado por encima de lo que correspondería a un sirviente, es dueño de unas aspiraciones que superan a su tediosa tarea de limpiar las botas al conde, padre de Julia, y no desecha la posibilidad de huir de esa condena en la que se encuentra y hacer fortuna por sí mismo hasta conseguir, algún día, un condado como el de su señor.
Cristina, la cocinera, acaba su agotadora jornada diaria durmiéndose por los rincones, y contrarresta los momentos en que da rienda suelta a sus instintos con Juan agarrándose a una enfermiza fe religiosa que le impide ver más allá y la deja anclada a una miserable posición social que nunca se permitiría, por iniciativa propia, abandonar.
La definición de los personajes, las descripciones y abundancia de diálogos y la efectiva y estupenda escenografía aportan credibilidad a la representación. Interesante y práctico es el planteamiento inicial en el que los actores, aún a medio vestir el personaje y mientras el resto del equipo termina de colocar el escenario, presentan la historia a los espectadores y les preparan para lo que van a ver, hablando cada uno de su personaje, su época, el autor y su entorno, ilustrando con citas originales todos sus comentarios.
August Strindberg (Estocolmo, 1849-1912), considerado como el padre de la literatura sueca moderna, aborda con brillantez en “La señorita Julia” (1888) la lucha de clases, las diferencias ideológicas y los conflictos por razón de sexo, elementos que, de una u otra forma, siguen incorporados a la sociedad y se mantienen vivos en el mundo actual. Strindberg, cuya obra tiene un marcado tinte autobiográfico, refleja con maestría y dominio narrativo la sociedad y la problemática de la Europa de finales del XIX.
Estupenda dirección, como siempre, de Miguel Narros, y buena actuación del trío protagonista. Especialmente destacable María Adánez, conocida por el gran público por su participación en la serie televisiva “Aquí no hay quien viva” pero avalada por una brillante trayectoria teatral. Excelente ocasión para comprobar su buen hacer en papeles dramáticos. Buen trabajo también de Raúl Prieto, con amplia gama de matices aunque algo limitado en proyección de voz, y Chusa Barbero, fresca y eficaz sobre las tablas, quizá algo forzada en su última intervención.
Nos gustaría señalar, con el fin de que se intente solucionar, la deficiente acústica de la sala. El Teatro Fernán Gómez debería incorporar un sistema de megafonía a esta representación (como ha hecho en otras a las que hemos asistido), pues lo que los actores dicen de espaldas al público o la acción que transcurre al fondo del escenario es prácticamente inaudible para los espectadores.
Iñaki Saldaña (Redacción Dosdoce)

5 Responses

  1. Bajo los auspicios del más puro horrorosismo de la psique humana del Naturalismo, Strindberg nos plantea en este texto la lucha titánica de las pasiones de hombres y mujeres al desnudo. Para ello elige a dos gladiadores a priori en igualdad de condiciones: una aristócrata -pero mujer-, frente a un lacayo -pero hombre-. Ni que decir tiene quién vencerá atendiendo a la misoginia enfermiza y al antifeminismo recalcitrante de Strindberg.
    María Adánez da cuerpo y vida a la señorita Julia, hija del conde. Un personaje tan adorable como detestable. Bajo la candidez de princesita programada como producto y orgullo de su padre, se esconde la mujer arrojada y defensora de sus derechos como descendiente directa de Eva, heredera aquí de los valores progresistas de su madre. Sólo tiene un defecto: es humana. Desde el palio protector y caprichoso del dictador, la señorita Julia se permite el lujo de jugar a femme fatal liberal y fuera de las convenciones sociales atribuidas a su estatus y a su condición de mujer, pero la adulteración del mandatario aborta la lealtad a sus principios, al mismo tiempo que su presunta ruptura de los valores impuestos se ve empañada por la protección que le aporta su rango abolengo. Este es el talón de Aquiles de la señorita Julia: su propia lucha interna no le permite llegar más allá del snobismo de una “pobre niña rica”. El trabajo de Adánez se queda en digno, con momentos gloriosos, pero con cierta planicie en otros, debido a una intérprete un tanto limitada y sin un gran abanico de registros.
    El otro titán será su lacayo Juan (Raúl Prieto), personaje conocedor de su condición inferior en la escala social, pero con una ambición desmesurada; es buen sirviente, pero cree que ése no es su lugar en el mundo. Lejos de toda visión proletaria y de los derechos humanos, a Juan le mueve la envidia, y no los valores sociales; es un ser ruin, traicionero, soñador, desleal, tramposo, mentiroso y oportunista.
    Y comienza la lucha. Un juego de seducción y de atracción sexual donde ambos personajes se igualan. ¿O no se igualan? Y es que Juan es el hombre… La señorita Julia cae en su propia trampa; pretende ser la “progre” en el sexo -si bien Juan obedece a una orden de su señora- y pasa a ser la aristócrata mancillada que ha perdido su virginidad a manos de un vulgar criado. Juan no pierde su oportunidad y se ensaña y se regodea ante una Julia asustada, inexperta y perdida: la ha convertido en “la puta de un lacayo”. Raúl Prieto borda el coleccionario de registros del papel que se le encomienda, y salta del servil al azotador, del dictador al temeroso, del macho todopoderoso al ruin, del traidor al llorica… con una naturalidad y espontaneidad sorprendentes, caminando por toda la función con una verosimilitud y una seguridad absolutas.
    Por último tenemos a Cristina, lacaya, mujer y engañada. Es el contrapunto a tanto despropósito; conoce su sitio, es sabedora de las reglas impuestas, es casi un personaje romántico abocado a un destino que encaja con resignación. Es tan pusilánime y permeable ante su contexto, que incluso se le niega participar en esta tragedia, y se queda en un humilde personaje secundario perfectamente acometido por Chusa Barbero.
    Narros nos da una interpretación de Strindberg desde la visión del metateatro, donde elementos parateatrales entran en escena en cualquier momento. Especialmente reseñable es el comienzo de la obra, donde los timbres del Arriaga y los de la escena confunden al espectador que aplaude cuando no debe y no aplaude cuando debe, pero no es un error, Narros no sólo nos miente, sino que logra engañarnos con esta trampa tan a juego con el final abrupto de la obra. También logra un efecto bonito con la inclusión de la “banda sonora” en escena, inserta en ese espacio muerto entre la escena real y el objeto surrealista.
    La puesta en escena es correcta, y adecua a la perfección el ambiente de finales del XIX a lenguajes más propios del siglo XXI (iluminación, objetos metafóricos, ayudantes de utilería en escena…) salvando así ciertas barreras culturales.
    El producto es un espectáculo que guarda y transmite la locura finisecular del autor mediante un montaje, una interpretación del texto de Strindberg, y una puesta en escena al servicio de la visión, el pensamiento y el caos propios del desequilibrado que intenta nadar a contracorriente y al final se ahoga.

  2. Fernando

    Magnífica interpretación de María Adánez, está sublíme en su interpretación de la Sta. Julia, una de las mejores interpretaciones que he visto en esta temporada. Existe un elenco de actrices fabulosas que no tardarán en conseguir el preciado oscar que consiguió Bardem. Bravo María.

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